Pela las cebollas, las lavas bien bajo el agua del grifo, y las cortas en rodajas no demasiado gruesas.
Calienta el aceite de oliva en una sartén y echa la cebolla, espolvoreando el bicarbonato por encima. Cocina bien hasta que la cebolla vaya ganando color, no olvidándote de remover de vez en cuando.
Cuando veas que va cogiendo color le agregas un poco de agua, un par de cucharadas o así, hasta que la cebolla esté bien tierna.
Al ver que la cebolla ya está lo suficientemente tierna, le agregas el vino con la sacarina y remueve bien. Sube la potencia del fuego para que hierva y luego la reduces.
Deja que el vino se consuma por completo, removiendo de vez en cuando para que la cebolla no se quede pegada.